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Lirolaro 04

Caminas despacio. Sé que te acercas aunque está oscuro y el sonido de tus pies descalzos sobre la madera apenas se oye. Caminaste sola en la noche y encontraste mi casa, negra como el fondo del río. Noto tu presencia en el porche. No sabes a dónde ir.

[Ven, abre la puerta, en casa estarás bien.]

Te acercas, temblorosa, casi por inercia. Mira la puerta, está abierta, sólo tienes que empujarla y entrar. Es una puerta, no te hará daño.

[Entra, no tengas miedo. Fuera hace frío. No va a pasar nada por empujarla.]

Siento tus dedos fríos sobre la puerta, rozándola con un mar de dudas. No lo pienses, el bosque es más peligroso de noche.

Das un paso y pasas a la entrada, sigilosa, dudando, un ligero temblor tintinea en tus pupilas, inseguras en la penumbra. El negro lo cubre todo, excepto el tictac excéntrico de un viejo reloj de pared.

[Camina. En la coqueta de la esquina hay una vela y una caja de cerillas.]

Te mueves perdida en la penumbra, sé que buscas dónde apoyarte y quizá encontrar un interruptor. Yo acercaré la pared. Noto como la tocas, sorprendida y aliviada.

[Sigue la pared, hacia las velas.]

- ¿Hola?

[No disfraces el miedo con el sonido de tu voz, no hay nadie.]

Avanzas a tientas con la mano derecha apoyada en mí, te siento. Oigo tu respiración, lenta y confusa.

[Sigue, la luz está cerca]

Encuentras el candelabro. El tacto es frío e infecta tus dedos de hielo.

[Al lado están las cerillas]

Coges el candelabro y tanteas en busca de algo [cerillas].

[Bien hecho, ahora enciende la vela]

Por un instante dudas de cual es el extremo correcto de la cerilla. Tampoco sabes si la caja trae una zona para rascar, pero la enciendes, y con ella el candelabro. Ahora puedes ver la estancia. Te relajas y te das cuenta del olor a cerrado que flota en el ambiente. El reloj, una mesa, unas sillas, una chimenea... ¿Tan antiguo te parece?

[¿Frío?]

El fuego se ha encendido solo ¿o ya lo estaba? No, no lo estaba, si no no tendrías que haber cogido la vela. Avanzas hacia la mesa y ves unas escaleras al fondo.

[Sube]

Sientes curiosidad. Te acercas y acaricias las tallas que hay en el pasamanos. Son caras de elfos sonrientes en medio de enredaderas.

[Sube]

Miras hacia arriba, al fondo de las escaleras. Está oscuro, pero tienes la vela.

[¡Sube!]

Giras la cabeza hacia el fuego y luego vuelves de nuevo tu mirada al fondo... y pones el pie derecho sobre el primer escalón. Asciendes lentamente, un temblor en cada escalón. Estás a punto de llegar al piso de arriba. ¿Le tienes miedo a la oscuridad? Entra una ráfaga de viento y apaga la vela. Se ha abierto una ventana que hay al final de la escalera y la corriente ha apagado tu luz. Quieres bajar.

[Tranquila, la luz de la luna ilumina el pasillo.]

Por un momento se ha acelerado tu corazón. Tu curiosidad es más fuerte que tú y caminas por el pasillo. A tu izquierda hay tres puertas rojas. Al fondo, una azul. Te das la vuelta y decides bajar a por las cerillas.

[N-o v-a-s a b-a-j-a-r]

Vuelves apresurada a las escaleras y te asustas. No esperabas que la enredadera lo hubiera cubierto todo, retorciéndose como cientos de serpientes asidas a los escalones. ¿Y los elfos? Están gritando en un silencio sobrecogedor, no tienen lengua. Te miran desde sus cuencas vacías como implorando compasión. Tu cuerpo no reacciona, pareces esculpida en mármol y, de pronto, comienzas a correr hacia el fondo del pasillo.

[No, a la puerta azul, no]

Giras el pomo de la tercera puerta roja. No abre. Miras a la azul, asustada, y te diriges a la segunda puerta roja mientras vigilas la escalera. Las enredaderas ya están al principio del pasillo y la puerta no abre. Vas a la primera puerta, las enredaderas están muy cerca. No puedes abrirla. Sales corriendo hacia la puerta azul justo antes de que te roce una de las ramas-serpiente.

[¡A la puerta azul no!]

Se abre a la primera, entras y cierras, aterrorizada. Pasas el pestillo y te quedas, acurrucada, al lado de la puerta, llorando en silencio. Necesitas luz. No lo ves, pero hay un tiesto en el centro de la habitación y un árbol crece ahora hasta llenar el techo con sus ramas.

[Tu regalo.]

Unas fresas ígneas comienzan a brotar, iluminando la estancia con una suave luz rosácea. Te giras para sentarte con la espalda apoyada en la puerta y ves el tiesto. Está decorado con unos extraños dibujos azules sobre un fondo blanco. Es relajante. He acertado con el regalo.

[Abre el baúl que hay a tu izquierda]

Te levantas, despacio, para mirar más de cerca las fresas. Tienen unas hojas alargadas semejantes a las de una piña. Las miras embelesada y piensas que esto no es real, pero sabes que sí lo es. Te acercas al baúl.

[Ábrelo]

No quieres abrirlo, lo abriré yo. El baúl se abre, dentro hay un cuadro. Una chica te mira, al fondo se ve la luna llena. Inconscientemente miras a la ventana, y la misma luna es la que se ve a través de los cristales. Te acercas a la ventana, y la abres. Miras a la luna y luego al suelo.

[¡Salta!]

No quieres hacerlo, pero algo te está diciendo que es lo que debes hacer.

[¡¡¡Salta!!!]

Y saltas al vacío. La noche se vuelve blanca, una luz cegadora que lo envuelve todo. Te levantas del suelo sin saber porqué no estás muerta y la luz se apaga paulatinamente quedando todo iluminado por la luna. Sientes un leve cosquilleo en los pies, es algo que se mueve. Te apartas y ves que bajo tus pies están naciendo flores. Extrañas y doradas. Son preciosas. Crecen hasta llegarte a las rodillas. Andas un poco, esquivándolas, pero nacen más a tu alrededor, no importa a dónde vayas, las flores te siguen. Te arrodillas para verlas más de cerca, parecen tan vivas... Unas gotas de savia humedecen los pétalos como perlas. Rozas una con tus dedos y la pruebas. Levantas la vista y me ves, sonriente, delante de ti. Me miras y sabes que no voy a hacerte daño.

- Deja que te lleve a casa.

- ¿Eres la muerte?

- Sólo su mensajero.

- ¿Voy a morir?.

- No, tú eres Ella.

Seare T. Seltev

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