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Lirolaro 03

Sol, pero esta vez más tierno. Es perfecto, el calor que sobra se desvanece con la caricia fresca que viene nadando sobre la hierba. Cierro los ojos y dejo que las imágenes que aún hay impregnadas en mi pupila se desvanezcan. Me gusta la soledad, el silencio, aunque no total: el murmullo lejano de una cascada hace una buena música de fondo. Quizás esté sonando algo de Bach, aunque es tan tenue que apenas puedo reconocerlo.

Me tumbo y abro los ojos. Me gusta el cielo así, como un mar profundo con ligeras manchas de lino blanco. Parece un sueño. ¿Será un sueño? Puede ser, pero quiero disfrutarlo. Nunca tengo tiempo para relajarme [verde]. El tiempo no es mío, al menos no hasta ahora. Estos segundos son totalmente míos.

Es muy agradable respirar el aire puro aquí, tirado en la hierba. Me siento parte del mundo. Casi podría sentir como late la tierra. Soy pequeño, un diminuto lunar en la cuna del mundo. Y soy grande, pertenezco a todo esto. Somos uno solo.

Me incorporo y miro a mi alrededor, despacio, deleitándome con cada ola verde que surca la colina. Es raro que no note humedad después de estar tanto tiempo tumbado en la hierba.

El horizonte se recorta como una sierra de dientes desgastados. Son árboles de un bosque negruzco y variado.

Tengo ganas de pasear. Me levanto y me dirijo a un camino que hay un poco más abajo. Más que un camino es un tipo extraño de acera, toda de madera oscura [arena]. Casi podría ser ébano, pero su tono es oscuro por lo vieja y gastada que está, no por los árboles [arena de playa] de los que está hecho.

Camino tranquilo. Cloc, cloc, cloc, cloc. Mis zapatos, a pesar de no tener tacón, repiquetean a cada paso con un monótono y sordo [el mar] "Cloc".

Ha debido pasar media hora, parecen sólo minutos. Dos. Estoy al lado del bosque y ya no veo el horizonte. Ya sé de qué madera está hecho el camino. Son vigas como las de las vías del tren, colocadas una detrás de otra como un parquet gigantesco. Los árboles son como ciudades en miniatura, casi puedo adivinar como gente diminuta se desplaza bajo la corteza. Es la savia, la vida, donde todo comienza [Finlandia?].

Me acerco a uno de los árboles y apoyo mi mano sobre la corteza. Late, siento bombear su corazón aunque sé que no es posible. Miro más de cerca. Forzando algo la vista incluso parece que tiene venas. Arranco una escama de la corteza. ¿Líquido naranja? ¿Sangre? Zumo fértil, afrutado. Miro al cielo y ha oscurecido. Un día entero en unos segundos. Las estrellas tiemblan entre el murmullo de las hojas y ya ha amanecido la luna. Los árboles no son árboles, son palmeras. La brisa nocturna es cálida, y mece las ramas acompasadamente en un susurro ilegible de felicidad. Deben estar bailando. Como el arroz.

Y me duermo en mi sueño, mecido por la arena de la playa.

Seare, Alissa

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